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"Legend" o como llevar unos cuernos con elegancia |
Cuernos, tan difíciles de combinar con los complementos y lo
inevitables que resultan temporada tras temporada. Cuernos afilados o romos,
igual da, diabólicos o de unicornio: duelen lo mismo.
¿Y por qué una de
cuernos?, porque a estas alturas del cuento, en la linde de los 40, cuando con
suerte estás a punto de llegar al Ecuador del chiste, existen estas cuatro
opciones y ninguna más:
En alguna ocasión…
-
Te han puesto los cuernos.
-
Has puesto los cuernos.
-
Ambas
-
Ni lo uno ni lo otro (sin comentarios).
Aaaaaaaay esos
dolorosos apéndices que, como los dientes, duelen más cuando salen por primera
vez, qué valiosos pueden considerarse a la hora de aprender a relativizar (y no
olvidemos que a esta edad empezamos a encontrarle el punto a esto de lo
relativo).
Las infidelidades son como los espinazos salados, imposibles
de comer de entrada pero que pueden enriquecer muy mucho un caldo si se les
deja el tiempo suficiente a fuego y agua.
Cuernos, lo que cuesta llevarlos y lo poco que cuesta hablar
de los ajenos. Cuernos enormes o chiquines, pero duros como piedras. A veces no
sales en el encuadre de la foto, te los rascas y no te los ves: cosas que
pasan, porque los cuernos propios tienen a veces la particularidad de ser
invisibles a nuestra mirada y de color flúor para los otros. Otras veces no
eres consciente de que tu pareja los luce con alegría y qué eres tú quien les
saca lustre cada día.
Hay cuernos legandarios: los que Ginebra le puso al mismísimo
Arturo Pendragón. Si se los ponen al que sacó la espada de la piedra, ¿cómo no
le va a pasar al pueblo llano?
Está los cuernos mediáticos: no se conoce pareja mediática que no
atesore al menos un par, presunto-presunta-presuntísimo.
Ni que decir de los cuernos reales: hay cuernos que cuestan la abdicación de un reino.
Y por supuesto, están los cuernos normales: esos, los tuyos-míos-vuestros-nuestros, lo
de la vecina, nuestra cuñada, esa amiga, el de enfrenta, el que no lo parece,
el que lo cuenta, el que lo calla y el que lo desea.
Y llegados a este punto ¿Son evitables los cuernos? No sé qué decir, no soy tan experta. Creo sencillamente que estamos en
la sociedad de la oferta y la demanda sentimental y también opino que en alguna medida son inevitables en
una larga vida pero evitables en una buena relación. Para todo los demás, está
el “poliamor” (de esto si queréis hablamos otro día, que es muy interesante).
Tres reflexiones se me ocurren:
Que no es lo mismo que te los pongan que ponerlos.
Que no es lo mismo que te los pongan si tú antes los has puesto.
Que no es lo mismo
ponerlos después de que te los pongan.
Matices, como lo de ser infiel de pensamiento o “la puntita
nada más”. Matices, ya digo. Cada uno utiliza su estrategia de defensa ante el
fenómeno y por eso tenemos un amplio abanico de posibilidades:
Negar la mayor tanto
si los ponen como si te los ponen. “Esto no es lo que parece” - “A mí nunca,
seguro que no es lo que parece”
El optimista “no
me importa que se acueste con otro mientras me quiera a mí” - “desde que te he sido infiel te valoro más y
ahora nuestra relación es mejor”.
El drástico “no te
voy a perdonar nunca jamás”- “no quiero que me perdones porque no tengo perdón”.
El didáctico “esto
me ha enseñado a…”.
Y así hasta mañana.
Y digo yo que como reflexión ya vale, que me alargo, me
alargo, me alargo y yo ODIO LAS ENTRADAS LARGAS porque solo quiero que tengáis de qué hablar en las redes
sociales más allá del running y las fotos encogiendo barriga en la playa con un
mojito en la mano (ya nadie bebe trinaranjus). Ale, hagan sus apuestas.
Y LO MÁS IMPORTANTE: QUE NO SE OS OLVIDE RESPIRAR.
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