jueves, 1 de octubre de 2015

CON LAS MANOS EN LA MASA


Hace unos días cometí sacrilegio. Hace unos días mi madre me "pilló" cocinando unas albóndigas a la manera tradicional: en la sartén y la cacerola. Casi me quita del testamento y me dijo que cómo no las hacía en la Thermomix...
Mi madre, esa dulce persona que me enseñó a cocinar a fuego lento en puchero ahora tiene la nevera lleva de platos varios hechos con Terminator; sí, ese aparato con aspecto infernal y que ya goza hasta de pantalla a color táctil y conexión USB. Ahí está, en la cocina desafiante con todos sus botones y complementos. Alguna vez he pasado el paño del polvo sobre ella (ya se puede hacer el lector una idea de cuánto la utilizo) y se ha encendido. La primera vez que pasó comenzó a emitir luces y sonidos y me fue imposible apagarla. Tuve que desenchufarla antes de que sus ondas hertzianas me abdujeran y comenzara a hacer postres a cascoporro para deleite de mis enanos. Creo que aunque la dispares, seguirá funcionando porque es capaz de generar materia para repararse.
Pero es que luego, te invitan  a cenar a casa de unos amigos y la ves allí también, con su recetario de proporciones bíblicas y todos sus accesorios sobre la mesa como si de una ama sado se tratara con sus instrumentos de tortura/placer listos para darte lo tuyo y lo de tu primo.
El caso es que el salmorejo no estaba malo, pero a mí me sigue imponiendo mucho respeto.
Me pregunto yo que si será capaz de hacerme un jersey si meto en ese bol mágico un ovillo de lana, unos botones y dos agujas de costura o si podrá resolver las peleas de pareja si ambos no metemos un rato allí en plena discusión a ser centrifugados, cortados, picados, triturados y luego montados de nuevo. De lo que ya no quiero ni hablar es de sus funciones como juguete erótico, porque seguro que algo de eso también tiene...
A mí que me perdonen, pero yo me quedo mil veces con los caldos y cremas de mi chica, mis arroces a fuego lento, los guisos de puchero que cuecen durante toda la mañana y que dejan el mejor de los ambientadores posibles en casa, los churros de domingo por la mañana en la churrería del barrio, las palmeras de chocolate del obrador del centro.
Y otra cosa, la compra del mes merece morir. Me encanta ir al súper del barrio y que nos conozca el carnicero, nos sonría el charcutero o la cajera nos pregunte por los niños.
A los 40 tenemos déficit de tiempo, pero también tenemos ladrones de tiempo. Yo prefiero trotar alrededor de casa, ir a comprar la cena del día, cocinar mientras comento el día con mi media naranja con unas olivas y un vino blanco como testigos, a ir a Sebastopol a entrenar para que un señor me arengue para que corra más, llegar a casa a las mil y meter cualquier cosa en el microondas antes de acostarme rápido porque se hace tarde.
Y mientras tanto, cada vez que entro en la cocina de mamá casa está allí, desafiante, inalterable, pero, en definitiva, como elemento decorativo.
Admiro y respeto a quienes hacen buen uso de la maquinita de los 1000 €, pero soy más de cacerolas.
 
Pues eso, que no se os olvide respirar ni cocinar.

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